Argentina

Publicado en línea el Martes 15 de noviembre de 2005, por Carlos O. Antognazzi

Los problemas de hoy son producto de los errores del pasado. Los errores de hoy serán los problemas de mañana. Pero el tiempo no pasa en vano: todo empeora. Si persistimos en equivocarnos sólo conseguiremos hundirnos más en la sinrazón y la miseria. Es cierto que el ser humano es el único animal que no aprende de sus errores, pero esta sentencia en nuestro país se potencia a límites insospechados.

Los medios justifican el fin

Los problemas de hoy son producto de los errores del pasado. Los errores de hoy serán los problemas de mañana. Pero el tiempo no pasa en vano: todo empeora. Si persistimos en equivocarnos sólo conseguiremos hundirnos más en la sinrazón y la miseria. Es cierto que el ser humano es el único animal que no aprende de sus errores, pero esta sentencia en nuestro país se potencia a límites insospechados. Las provincias de Tucumán, Catamarca, La Rioja, Chubut, Santa Cruz y Tierra del Fuego atrasaron los relojes “para ahorrar energía”, y pocos días después volvieron a adelantarlos al comprobar que la medida no se justificaba. No es la primera vez que se procura ahorrar energía de esta manera, y tampoco es la primera vez que las autoridades se dan cuenta tarde de que la medida no sirve. La crisis energética no es nueva. Cada año, al llegar el otoño, comienzan a aventurarse pronósticos más o menos agoreros, que se cumplen cuando llega el invierno. Al ahorro de energía eléctrica (en verano) se le agrega el del gas (en invierno). Todos los gobiernos han esquivado el problema en procura de alguna solución mágica que, naturalmente, no llega. Lo que sí llega es el costo de la improvisación: para ahorrar gas (y “honrar” los compromisos con Chile) compramos fuel oil a Venezuela, pagándolo cinco veces más que el gas (La Nación, 09/05/04, p. 14). Así, lo que en principio era una crisis, de pronto se convierte en una catástrofe. Y el hilo se corta por lo más delgado: la clase contribuyente.

Un destino común

En su discurso del Día de la Bandera en Rosario Obeid manifestó su «voluntad de que el día de la bandera vuelva a ser feriado nacional. No queremos que el 20 de junio sea un día laborable. Queremos que se honre a la bandera más allá de cualquier interés económico que pueda haber para tener un fin de semana largo de miniturismo» (El Litoral, 20/06/04). El gobernador desconoce al menos dos cosas: que la Argentina todavía rica de 1938, cuando se establece el feriado, es muy diferente de la actual; y que los países civilizados honran a su bandera con trabajo y estudio. El anhelo de Obeid dice mucho de la falta de cultura, y muestra una idiosincrasia que reniega de la experiencia. Cuando más hace falta trabajar, más se empecinan los funcionarios en no hacerlo. Y el empecinamiento es doblemente productivo, porque a la falta de trabajo (que el Estado y las empresas privadas no generan) se le suman días no laborables. Perón acuñó una dicotomía elocuente y falsa, que pervive en sus acólitos: «El que no tenga cabeza para pensar, que tenga lomo para trabajar». Tampoco se justifica el anhelo si se tiene en cuenta la pérdida de días de clase por paros, al punto de que se «ponen en riesgo los 180 días de clases prometidos» (La Nación, 23/06/04, p. 11). Hay nueve provincias argentinas que en promedio han perdido una semana de clases en lo que va del año. El colmo es que este 20 de junio cayó en domingo, y el lunes 21 no fue laborable. Si el calendario no ayuda, lo ayudamos nosotros, parecen decir las autoridades. Es un problema cultural. No se piensa la nación así como tampoco se piensan la provincia o la ciudad. Sería saludable que Obeid observara lo que hacen los países serios y sacara conclusiones. Sería interesante que comenzaran las reuniones para pensar el país (la provincia, la ciudad) y se delineara una política de Estado consecuente en materia de educación, de cultura, de ciencia. Refiriéndose a los entuertos de Canal 7, Carlos Gorostiza dijo que la solución es sólo una: «la aprobación por el Congreso nacional de una ley de radiodifusión que reemplace a la actual y que reestablezca el funcionamiento de una ley de radio y televisión públicas para la democracia que funcione teniendo en cuenta el rol del Estado» (Por una nueva ley, La Nación, 09/06/04), porque la ley vigente nace con los gobiernos de facto. Las coincidencias son repetidas: se requiere de una política de Estado en distintas áreas. Una estructura que esté por sobre los gobiernos de turno, y que permanezca en el tiempo. Un proyecto consensuado a largo plazo, que no pueda ser bastardeado por los iluminados de siempre. Para esto hace falta una fuerte inversión, no tanto en dinero pero sí en materia gris. Lo que se necesita principalmente son ideas. En el reciente Fórum Universal de las Culturas, en Barcelona, se insistió en que los países que fomentan la ciencia poseen las herramientas para procesar la materia prima y agregarles valor, en tanto los que sólo tienen materia prima, como los del tercer mundo, están obligados a venderla para que los otros se enriquezcan. El esbozo es simple, pero cambiar exige una decisión política. Y ésta debe ser sostenida y no interrumpida cada nuevo gobierno. Los frutos de una política de Estado no se ven rápidamente, pero a la larga contribuyen a fortalecer la sociedad y a mejorar la calidad de vida de todos. Si queremos un destino mejor los ciudadanos debemos diseñarlo.

Pensar un país

Sostiene Carlos Altamirano que se ha «cristalizado un pensamiento paradójico, que sirve para no pensar; pues se considera crítico, pero ha derivado en una actitud de denuncia, más que en un espíritu analítico» (La Nación, 05/06/04, entrevista de Hugo Gambini). Altamirano sugiere que la denuncia por sí sola no sirve, salvo que se la acompañe con algo más, que sería rastrear las causas de ese malestar en la cultura, por ejemplo, y sugerir propuestas. Tiene razón sólo en parte, pues hay que considerar que las propuestas están, y que las opciones son claras: hay que pensar qué país se desea no para mañana, sino para dentro de cincuenta años. Qué cultura, qué educación, qué tecnología. Todo país civilizado lo ha hecho luego de una gran crisis, y del consenso y la convicción del camino a seguir surgieron los mal llamados “milagros”. Vale el ejemplo de Finlandia, que a principios de los 90 tuvo una grave crisis económica, con el sistema bancario al borde de la quiebra, y que una década después es uno de los países más pujantes, con un ingreso anual per cápita siete veces superior al de la Argentina. Finlandia pensó la crisis. Se buscaron nuevas actividades productivas con vistas a las demandas futuras de los mercados mundiales. Una vez detectadas, se estableció una política de Estado para llevarlas adelante: en los 14 años siguientes hubo gobiernos de distinto signo, pero la línea se mantuvo, junto con el incremento de inversión anual. El “secreto” puede resumirse en tres puntos: diseñar una política de Estado; convocar al sector privado para que colabore en la financiación de los proyectos; concursar cargos y fondos y mantener un nivel de exigencia constante, que garantice la transparencia y la calidad (cfr. Tulio Abel Del Bono. El modelo finlandés. La Nación, 31/05/04, p. 13). Mientras se siga pensando en el hoy sólo se improvisarán parches. Es el problema del voluntarismo, que conlleva su propio límite: nunca podrá erigirse en un proyecto de largo plazo. Sí sirve para eventos coyunturales que, como tales, se agotan en sí mismos una vez cumplida su misión. Si la metodología es sabida, cabe preguntarse porqué ningún gobierno invita a pensar y consensuar qué país queremos.

Un festejo simbólico

Fue sugerente el abrazo que compartieron el 18/06/04 Hebe de Bonafini, titular de la Asociación Madres de Plaza de Mayo, el actor Norman Brisky y el escritor santafesino Osvaldo Bayer, cuando el juez Claudio Bonadío negó la extradición a España de Lariz Iriondo, solicitada por su par Baltasar Garzón. También festejaron activistas de Quebracho. Es un fallo polémico, que puede resentir las relaciones con España, y que podría convertir nuestro país en un «santuario de etarras». Iriondo reconoció haber militado en Batasuna y saludó con el puño derecho en alto. Es viable pensar que los festejantes avalan la metodología de ETA (asesinatos), y no sólo el propósito (independencia). Puede comprenderse el apoyo de Quebracho por su conocida diatriba irracional y antidemocrática; menos comprensible es el gesto de Bayer, cuya capacidad quedó reflejada en La Patagonia rebelde y varios guiones, y que fue investido Huésped de Honor en Santa Fe y Santo Tomé y Escritor Distinguido de la provincia a principios de julio. Horacio Vázquez Rial hizo notar que Bonafini, Vicente Zito Lema, David Viñas y Sergio Schocklender «celebraron sin pudor los atentados (del 11/09/01 a las Torres Gemelas) y hablaron de Bin Laden como un apreciado camarada» (La izquierda reaccionaria, Clarín, Ñ, 30/04/04). Son festejos curiosos, pues Garzón es quien ordenó la captura internacional de los militares argentinos de la última dictadura, y quien consiguió que Pinochet fuera detenido en Londres. Luego de la destrucción de la comisaría 24 de La Boca, Bonafini llamó a «romper las comisarías donde reina el horror» (La Nación, 29/06/04, p. 7), en un aval explícito de la violencia y refractaria, además, a los mecanismos de control que la democracia posee. Horas después, en Neuquén, Bonafini amplió el llamado: «Algún día tendremos que caer en los tribunales a terminar con estos jueces corruptos que quieren levantar penas contra nosotros» (La Nación, 30/06/04, p. 10). En un artículo anterior hice referencia a cierta “izquierda” vernácula que ampara y alienta protestas, incluso las sangrientas, por el sólo hecho de oponerse a un orden constituido que equiparan con la “derecha”. Son manifestaciones de un anarquismo romántico y obsoleto. Estos argentinos apoyan la misma barbarie que sufren: los atentados, asesinatos, desaparecidos, no son mejores o peores; son actos deleznables que la sociedad debería criticar en conjunto. Que se aplaudan algunas muertes y se denigren otras es cuestionable, porque se menoscaba el sistema democrático. Y si bien la democracia no es perfecta, es al menos perfectible, como sugería Churchill. Las imágenes de estos festejos, que recorren el mundo, muestran lo que verdaderamente somos: un pueblo que aún no ha sabido constituirse y pensarse como tal, sino que actúa a los manotazos, emotivamente, sin pensar el mañana. Aún no hemos superado el estadio primario que señalara Sarmiento: civilización o barbarie. Frente a desvaríos similares el escritor Albert Camus explicó que el fin no justifica los medios, sino que los medios justifican el fin. Por más loable que sea un fin, si para llegar a él debemos envilecernos, ese fin deja de ser bueno para teñirse, irremediablemente, con la iniquidad. Pero si nuestro camino es “limpio”, esa honorabilidad justificará el fin conseguido. Camus esbozó el principio de legitimidad de toda elección. Cuando se avala un crimen se asume la conducta del asesino. Al festejarlo, la víctima se vuelve victimario: las diferencias entre uno y otro son exclusivamente de discurso, no de acción. La diferencia, en suma, es cuantitativa, pero no cualitativa. Si avalamos la barbarie no propiciamos un mundo mejor, sino más violencia y sinrazón.

© Carlos O. Antognazzi Escritor. Santo Tomé, junio/julio de 2004.

Publicado en el diario “Castellanos” (Rafaela, Santa Fe, Argentina, el 08/07/04). Copyright: Carlos O. Antognazzi.


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