La ciudad industrial -que liberó la sociedad del sistema autárquico medieval- climatizada por una burguesía mercantil rompedora de todo lo preestablecido oligárquicamente abre el camino a lo que hoy llamamos capitalismo, con dos pilares que lo fundamentan: el libre mercado y el consumo arbitrario.
Ahora bien, si el cristianismo -u otra religión paralela- instigó revolucionariamente un modelo de bondad -de dar- y de justicia social -de permitir- que ya nunca descansará en la memoria colectiva de cualquier sociedad, el capitalismo sólo significó el uso y abuso de un nuevo poder centralizador de los bienes que, si bien en los países que lo dirigieron se repartió algo más, las medidas explotadoras y expoliadoras, autoproteccionistas con políticas bilaterales -arancelarias, de deflación de precios, de restricción de divisas, de control de la balanza comercial favorable siempre a la manufactura, etc.- protagonizó un sistema que poco a poco esquilmaría a los otros que habitan en el mundo y que son la inmensa mayoría.
En consecuencia, la inmensa mayoría ha estado resistiéndose a un orden impuesto que, desde el principio, establece el mando o las ventajas de unos privilegiados; que, desde el principio, no puede impugnar más defensas que las que ya les han dibujado ellos -y los sabiondos que trabajan para ellos-.
Pero la base, el mercado libre, nunca pudo existir ni podrá existir como libre. Ellos mismos se retractarían o lo demostrarían en sus acciones: limitarían una y otra vez lo que de libre quisieron exonerar. Y lo hicieron a su favor, ideando un egoísmo intrínseco de régimen comercial o fiscal "despelotándose" en el monopolio y en la
contingencia de importaciones. Una de dos: o los países pobres aceptaban este régimen de monopolio en el cual se hundirían o no lo aceptaban, algo que los hundiría también -aunque un poco menos-.
A partir de la Primera Guerra Mundial, la creación de instituciones económicas limitaron aún más lo que de libre quería exonerar este mercado libre. Desequilibrándose todo buscaban el equilibrio económico abandonado y limitaron más al mercado libre con más reglas, reglas que pretendían paz para ellos más que justicia para otros.
Algunas de estas instituciones fueron la Unión Aduanera Europea y la Sociedad de Naciones que terminaría disolviéndose.
En definitiva, estamos aún en este proceso: de limitación a limitación porque el sistema capitalista -impuesto, claro- da de cabeza contra su propia incoherencia, una incoherencia que se puede resolver sólo con más y más limitaciones; ya que la libertad no es "su paz", sino que las reglas se ocupen también -con un método de reconocimiento- de las desventajas de los otros.